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Los jinetes del equinoccio

Foto del escritor: Ulises CarrilloUlises Carrillo

Actualizado: 15 oct 2020


Foto: Barry Domínguez

Ajustemos el calendario de las conquistas, no sólo el horario de nuestro invierno y verano republicano y democrático. La aventura encabezada por Hernán Cortés se registró inicialmente usando el Calendario Juliano, uno instaurado por el propio Julio César -de ahí su nombre- y que tenía el pequeño problema de ser ligeramente inexacto y, por tanto, se adelantaba un día calendárico cada 128 años respecto a la fecha astronómica real. Lo anterior puede no sonar a mucho o parecer un problema serio, pero en 1582 el desfase del Calendario Juliano era tal que el equinoccio de primavera ya no ocurría el 21 de marzo, como se suponía debía suceder, sino el 11 de marzo, esto es, con diez días de adelanto.


Esta dislocación entre el calendario astronómico real y el calendario religioso, cívico y productivo, obligó a que se adoptara el Calendario Gregoriano - obvio, llamado así por que lo instauró el Papa Gregorio XIII- y se corrigieran todas las fechas hacia delante y hacia atrás de la historia. Quien controla las fechas, controla la sociedad, eso ha sido una constante siempre, hace mil años o en los días que ahora transcurren en México.


Si queremos contar los acontecimientos desde nuestras fechas y perspectivas, debemos convertir las fechas de aquel 1519 juliano al 1519 de nuestra realidad gregoriana. Así, Cortés llegó a Tabasco el 21 de marzo, ahora día del renovado santo nacional mexicano nacido en Oaxaca. El 22 de marzo desembarcó en la boca del Río Grijalva y se aproximó al poblado de Potonchán, lo que hoy podría ser la ciudad y el puerto de Frontera.


Ahí, en esas planicies de las tierras bajas, en la región de Centla para ser más precisos, se daría la primera y, tal vez, última gran batalla de la conquista simple de México, la única confrontación que podría merecer llamarse de conquista “pura”. Fue una batalla con dos bandos absolutamente claros, con europeos enfrascándose a muerte contra nativos de esa América, con pieles blancas y velludas enfrentando a pieles morenas y lampiñas, con dos mundos enteros comprometidos en un encontronazo colosal.


Apenas tocó tierras tabasqueñas, Hernán Cortés decidió medir y sondear al adversario: mayas chontales, que ya habían tenido contacto con la expedición de Juan de Grijalva un año antes y que creían saber a lo que se estaban enfrentado. Diversas escaramuzas y enfrentamientos les permitieron a los españoles diezmar a sus adversarios, descubrir la efectividad de su equipo y tácticas para, después, enfrentar en Centla a un enemigo que no los veía como dioses, sino como meros enemigos peligrosos.

Sí, irónicamente, en su primera batalla, los españoles de 1519 no gozaron de la ventaja de ser percibidos como dioses o algo más que humanos. Es muy probable que los mayas chontales lo tuvieran absolutamente claro desde el principio, pero si alguna duda cabía, ésta fue disipada por Melchor, uno de los traductores indígenas que viajaban con Cortés desde Cozumel.


Melchor o Melchorejo, aprovechó los primeros combates en el Grijalva para recuperar su libertad y comunicar con especial ahínco a las fuerzas chontales que los españoles eran tan mortales como cualquiera humano. La primera gran confrontación fue, pues, de medición de fuerza bruta y capacidad humana, sin mitos ni dioses en el campo de batalla. Eso no hay que perderlo de vista.


En las primeras escaramuzas Cortés se impuso sin dificultad, usando arcabuces y cañones para sembrar el terror entre las tropas indígenas, que con cada estallido de pólvora perdían orden y terreno, pero cada vez menos y menos.


Cada cañonazo despertaba menos terror y pánico, hasta que poco a poco se volvieron parte normal de las reglas de batalla, tal y como en la nueva conquista las declaraciones, los adjetivos o las conferencias de madrugada siembran -cada vez menos- el desorden y los gritos en los adversarios; para convertirse en la nueva normalidad del combate, en la nueva forma de merecer dar forma al país.

En Centla, en la batalla principal, los españoles estuvieron a punto de perderlo todo. Superados diez a uno en el número de combatientes, en terreno complicado para el uso de armas de fuego, que eran más armas de ruido que de precisión. Sin embargo, cuando la derrota ibérica parecía lo más probable, aparecieron catorce jinetes que lo cambiaron todo.


En los minutos que las líneas españolas parecían colapsar y agotarse, Hernán Cortés y trece jinetes más saltaron al campo de batalla con corceles entumidos por largas semanas en los barcos, pero montados de manera eficaz. Ese día, probablemente un 25 de marzo, el caballo por primera vez apareció en la América continental y salió a ganar el día.


Romo, Arriero, Molinero, La Rabona, Motilla, Morcillo eran los nombres de algunos de esos equinos, ocho machos y seis yeguas, que ganaron la batalla en Centla. Su impacto militar y psicológico es difícil de imaginar o dimensionar. Imaginemos un tanque moderno apareciendo ante las tropas romanas o un avión jet surcando los cielos ante las tropas napoleónicas.


Los caballos eran armas que cambiaban todo porque nadie había imaginado que existían. Los mayas chontales -y después otros pueblos- creerían inicialmente que caballo y jinete en armadura de acero brillante eran uno mismo, un mismo animal incontenible. Esos caballos con hombres usando la implacable espada en 1519, eran equivalentes a las ratificaciones de mandato, consultas populares, tarjetas de política social que 500 años después nadie -salvo los nuevos conquistadores- había incluido en la ejecución de un plan para conquistar a México.


La victoria de Centla lograda con armas de choque, traería entre el botín del triunfador armas aún más efectivas. En su rendición, los señores chontales entregaron a Cortés, como un primer tributo, un grupo de veinte mujeres para que les “cocinaran”. Entre ellas iba una mujer que si hubiera nacido en este siglo sería post-millenial, veracruzana, de apenas 19 años de edad, habría votado en julio pasado por primera ocasión, hablaría tres idiomas -tal vez español, inglés y mandarín- inteligente y lista para triunfar, como hoy lo haría una adolescente mexicana que recibiera una oportunidad justa en la vida.


Ella recibiría el nombre histórico de Doña Marina y el nombre ideológico -y del desagravio eterno impulsado por el autoritarismo tricolor- de “La Malinche”.


La conquista de 1519 encontró su primer pilar en Tabasco, como la del 2019 encontraría a su conquistador y progenitor en ese territorio. Después de Centla, nunca más los españoles saltarían solos al campo de batalla, tendrían aliados indígenas en cada paso, una brújula precisa para navegar el paisaje y la cultura, en la mente y voz de Doña Marina; sobre todo, Cortés contaría con la confusión y ambivalencia de pueblos que verían en los españoles a útiles “liberadores” del yugo Mexica, además de un peligro que distraer hacia otros frentes y tierras.


Cinco siglos después, el nuevo señor de México cabalgaría arropado por aliados y sentires confusos y entremezclados que buscaban demoler lo peor de un régimen podrido y banal, sin tener muy claro el poder real y los alcances del aliado implacable al que se sumaban en urnas y cámaras legislativas.

En Tabasco, en 1519, la conquista algo empezó a tener de revuelta contra el imperio de Tenochtitlán. Con un tabasqueño al frente, en el 2019, tal vez la rebelión contra el régimen termine en una nueva conquista y un nuevo orden que pocos podrían prever o imaginar a detalle.


21 de marzo, 1519, Hernán Cortés tocó tierra en Tabasco. 21 de marzo, 1806, nació Benito Juárez. 21 de marzo, 2019, desde Palacio Nacional se comienza a reescribir de manera decisiva el nuevo calendario político, sus fiestas cívicas, sus efemérides, sus héroes y heroínas. Esta vez no son calendarios julianos, ni gregorianos, es el calendario juarista, el de un Juárez repensado por el nuevo señor de Tabscoob. El calendario, como siempre, manda.


*Analista y escritor, meridano.


https://www.lajornadamaya.mx/2019-03-21/Los-jinetes-del-equinoccio


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