Progreso y sus comunidades aledañas son un verdadero paraíso. Son espacios hermosos, a pesar del uso insostenible que les damos. La naturaleza se empeña en resistir un embate incansable. De alguna forma el agua, el mar, la fauna y la flora resisten.
Progreso tiene mucho futuro que ofrecer, pero ese mañana no se dará solo, todos tenemos un papel que jugar. Decir “todos” es hablar del gobierno federal, estatal, municipal, la iniciativa privada, los habitantes de la localidad, los visitantes de siempre y los visitantes ocasionales. Todos, pues, punto.
El primer reto es cuidar nuestros manglares y rías, que creemos que son eternas y pueden soportar cualquier cosa, hasta rellenarlas con material de construcción, llantas y basura. Basta un vuelo de pájaro para descubrir que nuestro Progreso y sus espacios de temporada -de cualquier bolsillo y clase social- existen en una breve franja entre el mar y el cielo, una pequeña tira de tierra mágica con un ecosistema riquísimo, y por ello frágil. En Progreso no hay tierra, su parte más poblada es, en realidad, una antiquísima barra de arena entre un enorme sistema de humedales que comienza decenas de kilómetros antes.
Así, a unos metros de casas y familias que por encargo se dedican cada día a llenar con basura la ría y las lagunas, a unos pasos de lugares donde cada día se destruye el manglar, bajo la vista gorda de los que gobiernan, viven o visitan -de nosotros- los flamencos se aferran a existir. De un lado de la carretera la hecatombe ambiental y las propiedades de lujo, del otro las aves rosas creando un paisaje irreal. La única velita de esperanza son las torres eólicas al fondo, como promesa casi de espejismo de un futuro mejor, de energía limpia. Eso es nuestra costa inmediata y urge que hagamos algo.
Hace falta orden, voluntad, recursos y cultura. Mientras los flamencos se esconden tras la vegetación y otros caminan entre basura, al fondo ya se ven las torres de departamentos. Las dos necesitan coexistir, pues si perdemos esas joyas emplumadas, la declinación ecológica que seguirá restará cualquier valor a las propiedades y plusvalía que sostienen la economía local y estatal.
Más adentro, mar adentro, ocurre lo mismo. Un mar perturbado sin cansancio por motos acuáticas conducidas por infantes y adolescentes llena de ruido todo a todas horas. El mar se bate, pues algunos pasan lo más cerca que se puede de la playa. Se trata de ser vistos, no es un deporte, es un espectáculo de haves & have-nots. Sin embargo, a unos metros un pescador echa sus redes en una escena idílica, silenciosa, donde no se sabe en qué punto termina el cielo y empieza el mar y viceversa.
Las posibilidades de que exista una solución reviven cuando entre lanchas con música a todo lo que las bocinas soportan, emerge un grupo de delfines, son poco más de una decena y llevan con ellos dos crías. Nadan con la cría, la llevan a la expedición de cacería, los peces saltan, ellos se coordinan y lo hacen mientras un barco descarga combustible enmarcando el bruto contraste que constituye la cuerda floja sobre la que caminamos en el desarrollo peninsular. El atardecer es casi bíblico, pues las nubes se alinean con las aletas de los cetáceos y tras ellas pareciera que Yahvé está listo para mandar un mensaje a algún Charlton Heston peninsular.
Y todo este texto ¿para qué? Para que entre la temporada que termina y la que en unos meses volverá a dar vida en plena ebullición a nuestra costa, nos preocupemos por hacer algo, algo bueno, porque cosas malas las hacemos todos los días.
¿De verdad, nos vamos a quedar quietos? ¿De verdad vamos a dejar que el paraíso que heredamos, que disfrutamos, se nos muera entre llantas, escombros y casas sin playa? Somos una comunidad fuerte por el sentido de resiliencia de nuestras mejores tradiciones y su capacidad para enfrentar y superar los retos nuevos. Dejar que Yucatán se consuma, nunca ha sido una tradición yucateca. No seamos nosotros la generación de las últimas temporadas. Hasta el año que viene paraíso, ojalá el fin de nuestra temporada nos haga pensar que hace tiempo que tú necesitas de nuestro tiempo, que es temporada de ponerte primero.
Muy acertadas tus palabras pero no bastan para solucionar esta problemática hay que ir hasta el fondo del problema.