
La historia de Guadalupe es la historia de una mujer que, cuando las circunstancias lo exigieron, tomó a su familia y se la echó al hombro sin titubeos, amarguras o reclamos.
Es la historia del roble que sostuvo un techo, un presupuesto doméstico, hijas e hijo en la escuela y en los azares de la vida. Es la historia de la risa inagotable frente a las adversidades que hacían fila.
Tal vez no pudo ser lo que quiso, ni quiso todo lo que hizo, pero no tengo duda que ella fue de una dureza feliz.
Feliz con su papelería llena de tesoros y en las que siempre había monedas sueltas para que los chiquillos de una amplísima familia sanguínea, política o postiza pudieran ir a comprar cachuates con don Sabino, elotes a la plaza, trajeran unas paletas de nance o cenaran unos tacos con “El Curro”, para molestia de doña Emilia, su madre.
Monedas en cajas con llave, pero siempre abiertas de par en par, para pagar cuentas, resurtir mercancía y ayudar a quien necesitaba, con el desprendimiento suicida que heredó de su padre.
Una “papelería” que vendía de todo e incursionó en todo negocio imaginable, que alcanzó para que la familia saliera adelante, cuando otras fuentes se secaban o marchitaban. Ella fue una emprendedora nata, eso nadie se lo puede regatear, en eso fue una adelantada a su tiempo y los estereotipos de la era. Ella supo ser mujer de un tiempo futuro, sin dejar de ser la mujer de su casa: un balance perfecto, de experto equilibrista.
Su vida transcurrió en Santa María del Oro, Nayarit, entre montañas y lagunas. Es el lugar más cercano al Comala rulfiano, que me atrevo a imaginar muchos conocimos o conoceremos.
Su madre nunca le reconoció en voz alta todos los dotes de cocinera, hermana, hija, progenitora empresaria, invencible, indomable y guapa. No lo hizo porque en realidad eran tan parecidas que, así como dos aleznas no se pican, tampoco se ensamblan. Sólo que Lupe tuvo más audacia para perdonar y ser feliz. Dos colosos femeninos, que como diosas y titanes tuvieron esa competitiva fraternidad que sólo una familia puede gestar; dos mujeres que sin duda se reencontrarán para construir nuevas y mejores historias.
Si alguien vio pasar a su pueblo fue ella, desde esa esquina alta en la que dominaba el centro, el palacio municipal, el kiosko, las tiendas del pueblo que rayaban en tiendas de raya. Santa María fue vista por ella: no me imagino lo que sería pasar su memoria en cámara ultrarrápida, como testigo de transformaciones inevitables, no siempre mejores.
Es la primera lograda de una camada, que decide cruzar el umbral vital. Imagino que lo hace para abrir camino, para recibirnos -a su tiempo- con su agua fresca en tinaja de barro, con sus gorditas, con su complicidad para reír, para que las tarde jugando lotería, a la luz de una vela, fueran mágicas; con sus viajes que ahora serán cósmicos para buscar el mejor precio, con sus fondos de ahorro secreto, que ahora serán inmateriales, cuando parezca que el dinero se agota.
Gracias a sus enseñanzas, nunca dejo de levantar una moneda en la calle: “a veces por un centavo no se completa un peso”, le encantaba decir. Realista, auténtica, sin dobles caras, a veces intolerante, pero siempre auxiliante. Un alma buena.
Deja mucho futuro que la recordará en hijos, nietos y bisnietos. Ojalá todos le hereden su capacidad de hacer limonada, si la vida te da limones y su lección sobre que ser feliz es una decisión, antes que una posibilidad.
Descansa Guadalupe, te lo mereces. Fue una vida más dura de lo hubieras imaginado de niña o de joven, pero qué bien lo hiciste. Dejas huérfanos no sólo a tus hijos, sino a todo un zoológico: gatos y caballos.
Se nos está yendo un México. Se nos empieza a ir ese mundo en el que pudo haber vivido el hijo de Pedro Páramos, el tal Juan Preciado, como un ciudadano normal; esa generación que pudo leer en su adolescencia el Laberinto de la Soledad y sentir que era la radiografía realista de su país, y no solo un análisis de su subconsciente profundo. Se nos van muchos de los que nacieron cuando el mundo todavía vivía la Segunda Guerra Mundial. Ella nació en 1944.
Se fue una auténtica Villarreal, a la que curiosamente uno siempre saludaba como Lupe Carrillo, y no puedo dejar de escribirlo, porque entre mis primeros lápices y cuadernos están los que ella me puso en la mano. Deuda impagable.
https://www.lajornadamaya.mx/2019-06-14/Ha-muerto-una-mujer-que-conoci
Dicen que cuando una lectura te crea una emoción (una lágrima, en este caso, de nostalgia), se cumple el propósito del Escritor. Que admiración y respeto se refleja en esta lectura.