Ulises C. Cabrera nació en Chiapas, México, en 1974 y reside en el sur de Francia desde 2022. Es Licenciado en Ciencia Política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México; Maestro en Artes en Ciencia Política por la Universidad de Essex en el Reino Unido; Maestro en Ciencias en Política Social por la Universidad de Oxford y Maestro en Letras en Política Social Comparada también por la Universidad de Oxford. Ha sido becario del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología en México y publicado en revistas de investigación académica.
Ha trabajado como columnista y editorialista en periódicos locales y nacionales en México y actualmente es director ejecutivo del periódico La Jornada Maya, que se publica tanto en español como en idioma maya en los estados de Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Casado y con una hija, le apasiona el buceo, el windsurf y la arqueología. El mar y las piedras ancestrales. Su incursión en el género del relato corto es muy reciente y asegura que lo hizo por proposición de su esposa, Ana, a quien dice “debe la tinta de su vida creativa”.
Apenas un año escribiendo relatos cortos y ya ha conseguido un premio ¿sorprendido? ¿lo esperaba?
Absolutamente sorprendido y, sobre todo, muy agradecido con ANESCO. La noticia de haber recibido el accésit llegó justo cuando estaba hospitalizado, así que eso lo hizo aún más irreal, uno pudo pensar que era el delirio de la fiebre y nada más.
No esperaba recibir esta distinción, envié el cuento tal como un mensaje que se tira al mar, con mucha esperanza, pero consciente de lo exigente que es el certamen. El mar y los puertos siempre nos sorprenden con su generosidad.
¿Es su primera incursión literaria en la temática marítimo-portuaria?
En el formato de cuento sí, es la primera; sin embargo, como politólogo y periodista ya había tenido la oportunidad de explorar los temas portuarios y de pesca. La dura vida en las comunidades portuarias, las condiciones implacables de trabajo, el orgullo de familias que por generaciones se han especializado en la labor y la nostalgia de una actividad que es vital para que la sociedad funcione, pero que generalmente es relegada en las prioridades colectivas y presupuestales.
En los puertos muchos no quieren que sus hijos sigan sus pasos, es algo similar a un barco que intenta navegar sin dejar estelas en la mar. Urge revalorar una labor estratégica no sólo para la economía, sino para la civilización.
Desde siempre los puertos me han fascinado. Cuando tuve la oportunidad de visitar ciudades como Hong-Kong, Hamburgo o Gotemburgo mi primer punto de interés fue conocer sus instalaciones portuarias. La más espectacular de las catedrales tiene un buen rival en magnitud frente a los contenedores apilados, ningún estadio deportivo puede tener los espacios asombrosos de un patio de maniobras y las grúas compiten con cualquier rascacielos o edificio citadino, y no hablemos de los buques, no existe ninguna maquinaria que se les pueda comparar. Los puertos son tierra para gigantes y colosos que funcionan con la habilidad imposible de estibadores y operadores.
¿A qué se debe su interés por el sector de la estiba? ¿Qué le llamó la atención?
Cuando era niño mi padre me llevó a un puerto a observar la maniobra de descarga de un barco granelero o bulk carrier,para decirlo en el lenguaje de actividad portuaria, aún recuerdo el nombre: “Lucky Star””. Fue absolutamente impresionante ver la dimensión de la labor y su oculta complejidad. En el mar todo es gigante, tiene dimensiones inimaginadas y merece respeto, pues el saber especializado en lo que se hace es la diferencia entre una maniobra exitosa y una tragedia.
Muchos olvidamos que en el mar real (no el de playa y verano) y en los puertos marítimos (no los de recreo), la experiencia y la preparación especializada marcan toda la diferencia, lo mismo hoy que hace 2500 años en el puerto fenicio de Tiro. Debemos valorar la labor de los estibadores y los operadores tanto como lo hacemos con las de un cirujano o una científica.
¿Le ha costado mucho adentrarse en el sector de la estiba? ¿Qué le ha resultado más costoso? ¿Y lo más atractivo?
Nada ha sido costoso, por el contrario, ha sido muy interesante. Lo más enriquecedor ha sido conocer los términos técnicos esenciales del idioma portuario. Llamar a las cosas por su nombre es la muestra mínima de respeto hacia los estibadores y es un proceso mágico, pues descubres palabras que describen situaciones o elementos que de otra forma requerirían párrafos enteros para hacer sentido.
Al igual que la pintura, el ballet, el rock and roll, las redes sociales, la medicina o la astronomía, la estiba tiene su idioma, su diccionario íntimo que explica un mundo especial.
Hay muchas palabras que merecen ponerse de moda: podríamos exigir adrizar la economía, evitar que una amistad sufra de un arrufo y atrevernos al amor de gran calado.
Para gran parte de la población, el sector de la estiba es un sector desconocido. Por ese motivo, con un objetivo divulgativo, ANESCO decidió poner en marcha este certamen. Usted es periodista y politólogo por lo que no se dedica profesionalmente al sector marítimo ¿qué percepción tenía antes de escribir su relato? ¿la ha cambiado?
Me queda la sensación de presenciar una enorme injusticia de desmemoria colectiva que ANESCO apuesta a corregir. En este mundo frívolo tenemos influencers o series de televisión que logran audiencias de millones por mostrarnos cómo ordenar un clóset o la cocina de un departamento y, en cambio, decimos muy poco o nada de quienes ordenan la mercancía, productos y materiales en buques inmensos, con espacios internos comparables a una ciudad entera. No le damos la audiencia que merecen a los profesionales que navegan con coordenadas entre montañas de contenedores, compartimentos y cubiertas sin fin.
La realidad en muchas ciudades marítimas españolas es que la mayoría de sus habitantes viven de espaldas al puerto y a las actividades que en él se realizan ¿Por qué cree que existe ese desconocimiento? ¿O es falta de interés?
Los puertos, a pesar de sus desafíos, funcionan de manera tan eficiente que hemos olvidado que existen. Compramos el maquillaje o las vitaminas que recomiendan nuestros influencers favoritos y no hacemos la menor reflexión sobre el hecho de que sin el puerto el producto jamás llegaría y el influencer no cobraría su comisión.
Los autos que manejamos, antes de recorrer las carreteras, probablemente surcaron el mar y no nos importa ni lo sabemos, lo que nos urge es sincronizar la música de nuestro teléfono móvil con el equipo interno de sonido. Las divas y los billonarios de la carrera espacial empresarial lo son todo y mientras ellos aspiran a convertir a la humanidad en una especie interplanetaria, no reparamos en reflexionar que, sin las actividades marítimas, los puertos y los estibadores, la humanidad no sería ni siquiera una especie de escala planetaria.
Nos asombra el tamaño de los cohetes que se lanzan al espacio, los caballos de poder de un vehículo de color imperdonable, el tamaño del jet privado de sabrá Dios quién, pero todo eso palidece ante el tamaño de un buque tanque, de un transportador de contenedores, del poder de sus motores, de la velocidad con la que hoy cruzan el océano. Ninguna vía férrea, ninguna autopista o red digital se compara a las posibilidades que dan los océanos como vías de comunicación, los puertos como nodos de intercambio y a las cuadrillas de estibadores como operarios que conectan culturas, economías, sociedades y civilizaciones enteras.
La tierra sigue siendo conectada por mar, esta es una civilización de intercambio mayoritariamente marítimo, es la constante desde la edad de bronce.
Nos volvemos seguidores de quienes nos muestran cómo acomodar toallas, zapatos y libros y no nos preguntamos quién estibó millones de toallas, zapatos y libros para hacer posible que, lo que adquirimos con un clic en nuestro móvil, aborde un barco, cruce el océano, llegue a un puerto y -después de la maniobra de descarga- encuentre la ruta a nuestro hogar. Sufrimos de una miopía egoísta que ve sólo el metro cuadrado inmediato de nuestras vidas y nos impide maravillarnos con una actividad marítima que da venas y arterias al mundo.
El protagonista de su relato es un estibador amante de su profesión y del orden que se ve sorprendido por una serie de sucesos intrínsecamente relacionados con la fe. La religión está muy presente en el relato ¿también en su vida?
Sí, la religión -la de cada uno- es fundamental como un cimiento para comprender el mundo. La religión es para la mayoría de los seres humanos nuestro primer contacto con la filosofía, con pensar que la existencia debe tener algún sentido y un código racional para vivirla. El catecismo de los domingos ha sido para muchos nuestro primer roce con el pensamiento abstracto y lo que eso hace posible.
La religión es una de las riquezas culturales esenciales de la humanidad, un elemento civilizatorio. La moderna ciencia (especialmente la cosmología y la astrofísica) tienen preguntas existenciales y funcionales que rayan en la reflexión religiosa.
Sólo con un grano de fe uno puede contemplar el mar y sentirse maravillado antes que abrumado por su inmensidad y todo lo que sus aguas pueden hacer posibles.
¿Cómo construyó el personaje? ¿Era su pretensión romper algún estereotipo?
El personaje protagonista, Santiago, está construido en torno a la parábola del buen samaritano. Es una invitación a cumplir con lo que te corresponde y aportar al balance universal de las cosas, no emprendiendo una gran epopeya, sino haciendo bien y con generosidad la tarea cotidiana que te toca.
El protagonista tiene una fe que lo guía: que el universo, el sistema solar, el planeta, la creación tienen un orden, un acomodo, un estibamiento evidente para el creyente. Santiago actúa guiado por esa fe en su labor diaria; eso es lo que rompe el estereotipo de un trabajador que, no por realizar tareas manuales, adolece de una cosmovisión revelada.
Tener una fe que le permite comprender el todo y el actuar positiva y constructivamente de acuerdo con ella, es el alma de un Santiago unificador. Es también una aproximación a la idea budista del karma, con la que está relacionada el nombre del navío en el que se desarrolla la narración.
El cuento propone la noción de que es posible mejorar al mundo con nuestras acciones más personales; en este caso frente al cambio climático como la evidencia más obvia de un actuar humano que está creando caos en los compartimentos del planeta.
En su relato también deja entrever su posición respecto a la igualdad de género ¿era su pretensión?
Sí, es un punto clave. El capitán del barco más importante que surca los mares es una mujer. Después de que por siglos la mera presencia de una mujer en un buque se consideró como mal augurio, hay que destacar que el acto de navegación más prolongado de la historia ha sido bajo el mando de una capitana que ha recorrido todos los puertos y que no conoce ni el pánico, ni la histeria, sino el equilibrio, el realismo y el aplomo de un optimismo sereno.
El eje de esta idea surge de un hecho muy concreto: el establecimiento del patriarcado, esa rémora de ideología de que el hombre se enseñoreará de la mujer aparece, en Génesis, listada como parte de los castigos establecidos por Dios al momento de expulsar a Adán y Eva del paraíso. En el Jardín del Edén el hombre no se enseñoreaba de la mujer, no es sino hasta la expulsión que dicho dolor brutal es establecido, como una sanción, no como algo deseable o bendecido.
Así que, en la vuelta al equilibrio del plan original de Dios, la igualdad de la mujer es una condición del estado de armonía divina. Por eso, el capitán del navío que espera algún día recuperar su adrizamiento es una mujer, debe serlo.
¿Considera que este tipo de certámenes ayudan a estimular la actividad creativa y favorecen la cultura literaria?
Sí, sin duda. También creo que ANESCO está yendo más allá con este tipo de certámenes, pues está rescatando una cultura marítima que ha inspirado la mejor literatura, que sigue siendo reserva creativa, que está en las leyendas esenciales de la humanidad, desde los 1.186 barcos de la Ilíada catalogados por ciudad, guerreros y carga por algún operario ancestral de puertos. ANESCO nos está abriendo los ojos, a través de la tinta y el papel, a una humanidad que ha construido una civilización que sigue siendo portuaria por definición logística, desde Biblos, Piraeus, Chittagong, Mombasa, Wadi el-Jarf hasta Algeciras.
Háblenos de sus próximos proyectos ¿a por más premios literarios?
Agradezco a ANESCO por darme este estibado interno con el que ahora me siento decidido para escribir las historias que sólo le había contado a mi esposa o narrado a mi hija antes de irse a dormir.
El reconocimiento de ANESCO me ha permitido -para decirlo en términos portuarios- el abarloamiento de la nave de la narrativa al de la ciencia política y el periodismo. Habrá que trabajar y aprender mucho, pero estoy motivado y en deuda con este certamen y quienes lo organizan.
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